La palabra. Poema de Miguel Ángel Cañada.
(Imagen: Rosa María Charte)
La palabra
nació en los pájaros,
en los dibujos alados esparcidos
por el cielo, en los juegos remotos
entre los celestes horizontes.
Nació en el pobre balbuceando el hambre
entre sus sienes, y un estómago deshecho
por unos jugos corrosivos y solitarios.
Afloró de una madre en una nana
para su hijo, embozando su voz
entre sábanas de cuna.
Brotó con hojas de otoño
entre la espina de un rosal,
y germinó en descuido
con la flor del almendro.
Surgió sin ser quimera, moldeando el mundo
entre el punto más bello, al triste, feo y tierno.
La palabra nació oculta y voraz
como volcán de lava helada, brotando
desde lo más profundo y remoto de un pecho.
nació en los pájaros,
en los dibujos alados esparcidos
por el cielo, en los juegos remotos
entre los celestes horizontes.
Nació en el pobre balbuceando el hambre
entre sus sienes, y un estómago deshecho
por unos jugos corrosivos y solitarios.
Afloró de una madre en una nana
para su hijo, embozando su voz
entre sábanas de cuna.
Brotó con hojas de otoño
entre la espina de un rosal,
y germinó en descuido
con la flor del almendro.
Surgió sin ser quimera, moldeando el mundo
entre el punto más bello, al triste, feo y tierno.
La palabra nació oculta y voraz
como volcán de lava helada, brotando
desde lo más profundo y remoto de un pecho.
La Palabra © Miguel Ángel Cañada
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