Marathón. Poema de Manuel Quiroga Clérigo


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    “Es el tiempo sin  fin. Es la mañana eterna.
Es el bosque sin límites” 
(Juan Mollá)


Hoy desando el pasillo/a mil metros por hora,
eso sí, equipado/de mascarilla y guantes,
bien atento a las normas/de la vigente alarma.
Primero ando despacio/hasta la librería
donde se encuentran gruesos/volúmenes de antaño,
es decir, diccionarios,/la Divina Comedia,
los poemas de Lope,/todo Somerset Maughan.
Me detengo un segundo/a ordenar las esquinas,
a colocar un libro/que estaba dislocado
y, luego, continúo/el recorrido fácil, 
sin apenas peligros,/salvo los picaportes,
la puerta que conduce/al despacho del aire
allí donde se abren/las ventanas al álamo.
Una larga mirada/al castaño que medra,
a los nuevos rosales,/a las prímulas blancas,
a los siete autobuses/que cruzan la avenida,
esos de color verde,/todos sin gente, claro.
Aquí van las flexiones/lastimando la espalda,
un dolor incipiente/en rodillas, riñones.
Se impone de repente,/diez vueltas hasta el fondo,
ordenar un poquito/la mesa tan revuelta,
quitar algo del polvo/de los ordenadores,
recontar las botellas/del vino de Rioja
y mirar los relojes/para cumplir horarios.
Entonces se requiere/el caminar de espalda
para hacer más cuantioso/este rigor atlético
y así volver paciente/como gallina ciega
hasta la nueva meta/de los recibidores.
Eso son muchos pasos,/un mérito tremendo,
incluso misterioso/para hacerlo cegato.
Una leve parada/ante el cuadro de Brujas,
cielo frugal y oscuro/obra de Iglesias Sanz,
enfrente a la codicia/de El Callejón del Beso,
el tiempo transformado/en pleno Guanajuato.
Me rebullo tranquilo/en el espacio breve
y, luego, ya de frente/penetro promisorio
en el salón abierto/a jardines, pianos.
Aquí ya cuenta el tiempo,/el espacio, las flores:
hay que andar bien atento/sin romper algún tiesto,
evitar los jarrones,/tocadiscos, la tele;
hacer las reverencias/a Miró, Laharrague,
detenerse en la alfombra/con árboles y pájaros,
o suspirar atento/ante el cuadro con verde
a la vista del lago/que es obra de Perales,
con La Pedriza enfrente,/completo Guadarrama
y el embalse tan cerca/a mis ojos abiertos;
el plástico horizonte/de Aguado, un anónimo,
o las aguas azules/que llegan de Isla Negra,
y los sofás de cuero,/los anturios, el drago.
Son unos cuantos metros/de movimiento útil
justo hasta la terraza/que nos espera siempre.
Ahí pueden sumarse/los tres o veinte metros,
eso sí, dando vueltas/mientras vuelan las tórtolas,
ojo, sin un reposo/para otear jardines
o espiar si llegan,/como siempre divinas,
las vecinas hermosas/algunas con paraguas.
Dormitorios, cocina/son de otro circuito,
lo mismo que los baños,/trasteros y rincones.
Vuelta a los interiores,/acelerando algo
pues se impone el ascenso/hacia la biblioteca,
quince escalones solo/para subir dos veces
sesenta, con la vuelta,/tras la visita plácida.
Paseo distendido/por los distintos tramos:
aquí la poesía,/la actual, meritoria, 
la clásica, ordenada,/la juvenil ansiosa.
Los leeré de nuevo/con la ilusión de siempre,
pero ahora es la historia,/filosofía, revistas,
el minúsculo espacio/de biografías, mapas.
En esta avanzadilla/aparece, ¡oh que grato!,
el sitio esplendoroso/de los mil novelistas,
la obras de teatro,/antiguos manuales,
códigos atrasados,/obras de los museos,
la antropología,/periódicos y comics,
un espacio completo/de letras y milagros.
Son cuatro inserciones/por las estanterías,
bajo Vélux, estuco,/los cuadros de castillos,
¡cuidado con los flexos,/mesas, sillas, armarios!.
Ese sendero lleva,/ahora, a la bajante,
la sucinta escalera/de caracol oscuro.
Se imponen varios pasos/por el salón de nuevo
para ir culminando/la marathón casera,
el cáustico ejercicio/de los días sin barrio
porque ya son los ocho,/se abren los balcones
para aplaudir unidos/a quienes nos protegen. 

 
Manuel Quiroga Clérigo

Majadahonda, 6 de abril de 2020.

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