I ¿A qué me instruyes en las reglas de la retórica? Al fin y al cabo, ¿a qué tantos discursos que en nada me aprovechan? Será mejor que enseñes a saborear el néctar de Dionisios y a hacer que la más bella de las diosas aun me haga digno de sus encantos. La nieve ha hecho en mi cabeza su corona; muchacho, dame agua y vino que el alma me adormezcan pues el tiempo que me queda por vivir es breve, demasiado breve. Pronto me habrás de enterrar y los muertos no beben, no aman, no desean. II De la dulce vida, me queda poca cosa; esto me hace llorar a menudo porque temo al Tártaro; bajar hasta los abismos del Hades, es sobrecogedor y doloroso, aparte de que indefectiblemente ya no vuelve a subir quien allí desciende.